sábado, 8 de marzo de 2008

LÉEME

Un bar. Una barra y varias mesas. La puerta estaba cerca. Una tarde nublada más bien, pero ese día era especial. Para mi era un gran día, pero nadie de los que me rodeaban lo sabía. Yo en mi mesa con café observo al hombre que está en la barra. Unos 60 años tendría. Pinta de intelectual. Está leyendo el periódico mientras se acaba su café. No paro de observar las páginas que va leyendo...

Inquieta por la llegada a la página. Zasss, llegó. Se para. La observa de arriba-abajo. Se vuelve a parar. Entonces empieza a leer. Me lee. Lo lee. Le miro... Cierra el periódico y se va. Ese instante ha sido uno de los mejores sin duda, de hace mucho tiempo. Un hombre de 60 años, anónimo, me acaba de hacer infinitamente feliz. Me acaba de hacer sentir bien. He sonreído sola en mi mesa, haciendo tiempo para empezar una nueva jornada laboral. Me ha hecho coger fuerzas para no decaer. Un anónimo de 60 años me ha hecho ver que todas las funciones son importantes para contentar a la gente. Que todo tiene algo, todo tiene una esencia que se sabe que se tiene cuando uno la experimenta.

Esos 3 minutos, han sido breves pero me ha hecho reflexionar sobre algo. Es interesante y a la vez extraño, como un desconocido te puede llegar a hacer tan feliz. Que gratificante ha sido ver por primera vez lo que he visto. Nadie en ese bar podía sentir lo que yo estaba sintiendo. Posiblemente, el joven de la mesa de al lado mío estuviera esperando a coger el periódico. Yo, sin embargo, estaba esperando lo que ha sucedido. Sabía que sucedería y ocurrió. Además en un día que no las tenía todas conmigo.

Gracias anónimo.

Porque las cosas inapreciables son igual de valiosas que las que más se ven.

No hay comentarios: